Hay que aprovechar la posibilidad de transformación profunda que brindan las crisis. Si la crisis se presenta, ha llegado el momento de darle la cara a lo irresuelto en nosotr@s.
Guillermo Borja
Hay muchos momentos en la vida en la que experimentamos que algo dentro de nosotr@s mism@s muere. La aparición de una enfermedad que nos hace ver de cerca la muerte o nos hace sentir que nuestros cuerpos no son los mismos, la muerte de una persona querida, la crisis de la mediana edad, el fin de una relación…nos ponen frente la finitud de la vida y nos obligan a replantearnos lo que estamos haciendo con ella.
No es fácil en una sociedad que huye del dolor. Seguimos creyendo que el esfuerzo y la «mente pequeña» pueden sacarnos de los momentos en los que aquello que creíamos sólido se desmorona, o que la vida ya no tiene sentido, o que el dolor nos desborda. Seguimos respondiendo al dolor ajeno con frases como «el tiempo todo lo cura», «se te ve muy bien», «hay gente que lo está pasando peor», «esfuerzate» etc.
Cuando atravesamos una crisis entramos en contacto con nuestros asuntos pendientes del pasado: todo eso que está aún sin resolver, y con la necesidad de darle un final. Nos lleva al encuentro con nuestra sombra, todo eso de nosotras que generalmente no hemos querido ver y admitir porque no cabe en la idea que tengo de quien soy.
Pero estas crisis pueden ser una oportunidad para centrarnos y realmente ver qué queremos hacer de nuestras vidas. Para actualizar nuestros valores, para redescubrir el mundo con una mirada más amplia.
Qué es lo esencial.
Qué está de más y en qué no vas a perder más tiempo.
Qué de aquello que creías que era irrenunciable e importante al final es ceniza comparado con el encuentro humano, con el saber que estás de paso. Cómo quieres vivir el tiempo que se te ha dado.
La salida no depende de la voluntad (o, al menos, no sólo.)
Solemos confundir la voluntad con la “pequeña mente”. Nos enfrentamos a la dificultad poniendo en marcha a nuestro hemisferio izquierdo, tratando de entender, analizar, comprender y deducir, pero nada de esto tiene la capacidad de sacarnos de una crisis.
No. El camino es más profundo y pasa por respetar profundamente tu ritmo . Dentro de ti se producen movimientos internos potentes que hay que escuchar y escuchar no es combatir ni quitarse de encima ni hacer algo con ello ya. Hay que deponer las armas, lo que solemos llamar rendirse.
Rendirse a permanecer ahí presentes en el darse cuenta del tu cuerpo, tus emociones, tus sensaciones, Escuchando los sueños. Dar espacio a la tristeza y a la rabia cuando aparecen, mímate cuando toca, dedicar algo de tiempo meditar como te haga bien paseando sentada, alimentarte de la belleza, acompañarte del arte dar espacio a lo espiritual en la forma en que tu lo sientas…a la inspiración, a movimiento y sincronías que ocurren sin saber por qué.…pedir ayuda y poder caer en lo más banal del mundo también cuando lo necesites. Estar con una misma. Entera.
Saber, aunque esta fe es difícil de mantener en muchos momentos, que estás sostenida por mucho más de lo que piensas porque eres mucho más de lo que piensas. Como suele decirse, el ego -ese personaje que dice “yo soy” y con el que estamos identificadas- es tan solo una habitación de la casa del ser. Una habitación que se ha creído que es toda la casa.
El ser humano es mucho más complejo y misterioso de lo que nos contamos.
Decía la psiquiatra Elizabeth Kübler-Ross que la pregunta que se nos hace al morir es cuánto amor hemos dado. Se no hagan preguntas o no al morir, lo que sí creo es que al final se trata del amor que hemos sido capaces de experimentar, de dar y recibir. Un amor que se despliega de múltiples formas: en una misma, en las personas que queremos, en la tarea que realizamos, en el disfrute y el compartir, en la naturaleza, en la entrega a la misma vida.
Tal vez al final una crisis sea una renovación de nuestra forma de amar, amarnos, amar a otr@s, amar la vida… más plenamente y con más entrega cada vez.
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