“Liberar la tristeza es una disciplina, como la respiración.
Inspira, siéntela; expira, libérala.
Inspira, y una lágrima corre por tu rostro; expira y sientes gratitud por su calor.”
Maureen Murdock
A menudo tratamos nuestra tristeza (o la ajena) como si fuera un problema al que tenemos que dar una rápida solución.
“No estes triste.»
“Anímate”
“No es para tanto.”
“Procura hacer x, intenta z.”
Pero la tristeza no es un problema con el que haya que hacer algo. Solo es una emoción que habla de lo que nos ocurre (algo doloroso ha ocurrido), y de una necesidad: la de integrar ese dolor o pérdida.
La tristeza nos lleva al recogimiento, a dejar de hacer para mirar adentro y poder dar un lugar a lo ocurrido. Nos empuja a un espacio de intimidad para hacer el duelo de aquello que ya no es (una relación, una persona que se va, un aspecto de nosotras mismas, una etapa de la vida, una desilusión…), nos permite soltar y decir adiós, aflojar, descansar emocionalmente y así elaborar la pérdida.
Cuando nos negamos la tristeza ésta acaba por convertirse en pena que se siente como una dureza interna, un peso en el corazón que nos vuelve rígidas y nos enfría en el contacto con las demás personas. Creamos muros en las relaciones para protegernos. Dejamos de sentir y esta pérdida es grande, porque cuando nos insensibilizamos para no volver a sufrir, en realidad, nos insensibilizamos para experimentar cualquier emoción.
La pena sentida, las lágrimas que humedecen el rostro, el cuerpo que se relaja tras el llanto nos descongelan, nos ponen en contacto con nuestra vulnerabilidad y con nuestra necesidad de apoyo.
¿POR QUÉ LE TEMEMOS A LA TRISTEZA?
Más allá de la historia personal de cada una, de nuestro propio aprendizaje familiar en relación a la tristeza, es evidente que en nuestra cultura la tristeza es una de las emociones más temidas.
- La tristeza nos pone en contacto con nuestra vulnerabilidad y nos recuerda la falta de control que tenemos sobre la vida. Nos habla de la incertidumbre, de nuestra fragilidad y pequeñez frente a la grandeza de la vida. Y esto es algo que en nuestra cultura controladora y planificadora y que nos vende la omnipotencia nos cuesta aceptar. Nos empeñamos en olvidar que el dolor, la pérdida, la frustración… forman parte de la vida.
- La tristeza, que nos aparta del mundo externo y de las relaciones para contactar con lo interno, requiere cierta inactividad. ¿Cómo parar cuando no paramos nunca? Vivimos en la hiper-conexión, produciendo, haciendo… No es extraño que la tristeza se vea como un fracaso o como algo patológico (“te vas a deprimir”). Y no, tristeza y depresión no son lo mismo.
- Cuántos mensajes hemos recibido en nuestra socialización de género en relación a expresar nuestra tristeza: “no llores que te pones fea” o “sonríe que estás más guapa”; cuántos “no llores que es de débiles o de niñas”.
Las emociones por su propia naturaleza son pasajeras. Cuando tratamos de hacer algo con ellas que no sea atenderlas, acompañarlas o expresarlas es cuando las convertimos en un problema. Y sí, muchas veces es necesario buscar apoyo para poder acompañar una tristeza que sentimos como abrumadora
- Aquí van algunas cosas que ayudan a acompañar nuestra tristeza:
- Sentirla, expresarla, y atender a la necesidad que surja.
- Darte el espacio y el tiempo que necesites.
- La música, escribir, crear… pueden ser formas de dar forma y experimentar la tristeza. Pueden ayudar a canalizarla y a no quedarnos enquistadxs en ella. A veces es buena idea ponerse un tiempo limitado para estas «actividades».
- Trabajo psico-corporal: reforzar la sensación de apoyo (respiración, límites del cuerpo, peso, estructura corporal, pies y piernas…) y movilizar amablemente tu energía: con un paseo, por ejemplo.
- Los rituales como actos simbólicos que nos ayudan a expresar, a poner fin, a contener, a dar espacio a lo nuevo. En todas las culturas existen rituales que ayudan a elaborar las perdidas. Tal vez puedas crear tu propio ritual.
- Dejarte acompañar en ella. A veces nos es difícil dejarnos ver en nuestra vulnerabilidad o nos cuesta pedir y tenemos juicios sobre “necesitar”. Es natural necesitar apoyo, escucha, cariño. Así como también es natural necesitar estar solo-a. (Es cierto que hay que cuidar cuándo la soledad pasa a convertirse en aislamiento.)
- Confiar en el propio proceso de la tristeza. Las emociones tienen su propia sabiduría. Aunque la tristeza nos resulta difícil (agotamiento, desmotivación, el llanto, pocas ganas de disfrutar, falta de apetito…) nos lleva a elaborar la pérdida que hemos vivido y a aceptar el cambio como parte de la vida.
Por último, creo que la tristeza también nos humaniza y nos hace más cercanas y empáticas al dolor de lxs demás. Y puede propiciar que nos entreguemos más plenamente y con más conciencia al gozo y la alegría cuando llegan.
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